lunes, 14 de abril de 2014

Si en los Hospitales Distritales todos fuéramos un día como Cristinita, la Auxilar del “Simón”…

Jefe Cristina
Seguro otro gallo cantaría. Esta Auxiliar de Enfermería siempre tiene una sonrisa en sus bolsillos para regalar además de chocolates, y su ternura desarma al que tenga la dicha de tropezarse con ella y ande como “alma que lleva el diablo”. Seguro le cambia su cara de limón por una más amable.

Cristinita es un ser humano excepcional que ya no se consigue como antes en la tienda de la esquina. Ella sólo vive, respira y se alimenta del cuidado desinteresado que le profesa desde hace muchos años a sus muchachitos ya que es la responsable del servicio de vacunación en el Hospital Simón Bolívar. Siempre destila miel en su trato, siempre está de buen genio, y está envuelta en un haz de luz celestial, nunca la he visto molesta. Bueno, casi nunca. El único que la pone en esa situación soy yo cuando le pido que cambie la emisora que escucha las 24 horas del día y escuchemos vallenato. Entonces ella con toda la paciencia que el universo le regaló me dice muerta de la risa: “mi corazón no late, mi corazón vibra, para que lo sepa...”.

La mayoría de las personas que en la Red Pública de Hospitales de Bogotá parece que desayunáramos hígado de sapo molido porque cargamos un genio que no soportamos siquiera nosotros mismos. Todo nos hiede laboramos y nada nos huele. Nos cuesta regalar una sonrisa, saber decir que no. Y muchas veces descargamos nuestra ira y resentimiento con el pobre paciente que no tiene la culpa que nuestra pareja no nos haya besado la noche anterior o que no haya ido más allá como deseábamos, carajo.

Si por un día fuéramos Cristinita Munévar seguro todo sería diferente. Todo fluiría, todo fuera más fácil, todo nos saldría mejor, viéramos el sol por la noche y la luna brillando los medio días, así como ella, y nos inventaríamos el mejor día para burlarnos del destino, de los problemas, de las preocupaciones y de todo ese “Guepa Je” de vainas raras que desea atormentarnos, así como hace ella, y las manda al carajo para que no la jodan, simplemente le resbalen.

Si pusiéramos en práctica el aforismo sueco que dice: “Una sonrisa vale menos que la luz eléctrica y alumbra más”, seguro sentiríamos que algo bueno hemos hecho en el día y dormiríamos en paz, sin pesadillas. Pero encontrarse uno con compañeros que ni siquiera contestan los buenos días para no tener que reconocer que el día es hermoso y merece una oportunidad de sentir nuestra emoción, es triste. Encontrarse uno con compañeros que pueden pero no quieren cambiar el paradigma que arrastran por siglos como es el de ser groseros, antipáticos y amargados es deplorable. Creerse aquello de que “yo soy así, y qué” es frustrante escucharlo, y más de personas que están en plena juventud pero parecen de 110 años siempre con el ceño fruncido y la cara como si eternamente comieran ají picante.

Muchos creemos que tener la paciencia de un buey es propio de extraterrestres, que si por alguna equivocación imitamos a Cristinita Munévar entonces es que somos débiles y todos querrán pisotearnos. Estamos muy equivocados porque a Cristinita más amarla no podemos y respetarla más tampoco. Más bien la envidiamos porque algunos queremos ser así sea el pálido reflejo de su exquisita personalidad.

Si por alguna circunstancia tenemos la fortuna de laborar en esta Red de Hospitales y no nos da la gana de tratar con respeto ni a nosotros mismos mucho menos lo vamos a hacer con los pacientes o usuarios, porque el respeto debe comenzar por nosotros mismos. Si no nos valoramos, nos queremos, nos subimos la autoestima cada segundo nadie lo hará por nosotros. Y pensar que muchos pacientes lo que desean es que le hagamos la caridad de escucharlos, solamente eso…y ni de eso la mayoría de funcionarios somos capaces. Qué vaina tan jodida…

Por: FABIO FERNANDO MEZA
fafermezdel@gmail.com

Fuente: Revista Bogotá Salud #179

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