sábado, 7 de diciembre de 2013

Los médicos lloran a los niños quemados



Germán Bernal lleva más de 30 años sufriendo las tragedias de las víctimas de la pólvora.

Germán sí llora. Narra la historia de un niño quemado en el 70 por ciento de su cuerpo en un diciembre, por caer en una fogata. Aún con dolor, les dijo a sus padres que no se lo llevaran cuando su cuerpo aún estaba cubierto por decenas de vendajes.
“Después de insertarlo durante tres meses le dimos salida, pero el nene les explicó a las enfermeras que no se quería ir, que si lo dejábamos tender las camas y limpiar el piso. ¿Puede imaginar cuánto sufría en su casa y cuánto amor pudo recibir en el hospital mientras estuvo allí?”, dice.

Es inevitable. Cada historia de niños quemados que llegan al hospital Simón Bolívar le ha valido miles de lágrimas.
Este pediatra bogotano de la Universidad Nacional reconoce que llora por todo, hasta viendo programas de animales. Lo cierto es que sus propios colegas le dicen a uno al oído: “Ese es el médico que más ha salvado vidas de menores quemados, no solo con pólvora, sino con agua caliente, comida o electricidad”, casi siempre por descuido de sus padres.

Esa sensibilidad lo ha llevado a entregar más de 30 años de su vida a esta causa, tiempo durante el cual ha guardado las imágenes de “sus niños” mientras sonreían después de ganarle la batalla a la tragedia. Como la de una pequeña que comía paleta, a la que buscó en su celular hasta encontrarla, solo por la satisfacción de verla sonreír.

Este hombre, que se pasea cojeando por los pasillos del hospital porque de niño tuvo polio, se forjó en el hospital San Juan de Dios, en donde dice que le enseñaron a preguntarle al paciente: ¿qué tiene?, ¿de qué está enfermo? y ¿no tiene plata para pagar?
También se enfrentó casi siete años de su vida a los pacientes quemados que salían de las selvas de San José del Guaviare, por allá en 1974, cuando apenas tenía 25 años. “Era la época en la que muchos llegaban a tumbar árboles con un hacha y una garrafa de guarapo a hacer su casita. Cuando quemaban el terreno muchos se lastimaban. Aprendí mucho”, cuenta. Lo quisieron tanto que oriundos de la región dicen que nació allá.

De ese lugar lo sacaron el 31 de diciembre de 1982, cuando, en un telegrama, le notificaron que había sido nombrado pediatra para un programa de atención integral al paciente quemado.
Germán se detiene. Dice que él también uso pólvora y que era el “duro” para elevar globos en diciembre. “Eso hice hasta el día en el que tuve que atender a un anciano. Su casa se había quemado y su esposa se contaminó y murió”, relata.
Luego recordó que tuvo que ver morir a la niña a la que su madre decidió subir en un camión repleto de pólvora en el sector del Codito. “¿Una madre hace eso?”, se pregunta cerrando los ojos.

Las historias acuden a su mente. Así, también, ha hecho varios altos en su carrera para innovar en el tratamiento de las personas quemadas. Todo el tiempo se está cuestionando. “Yo creo que cuando uno va a un congreso de medicina no hay que hablar de lo que dicen los libros, sino de lo que no dicen”, afirma.

Uno de tantos estudios que ha emprendido lo inició porque lo sorprendía el fuerte olor que despedían los cuerpos de los pacientes quemados. Entonces, no paró hasta que descubrió cómo hacer que eso no pasara.
Supo que no siempre hay que retirar todo el tejido dañado por las quemaduras y que las bacterias no son las enemigas. “Es mejor preparar al cuerpo para que las resista. Eso lo aprendí de una profesora en kínder. Ahora salen eminencias a decir que las bacterias van a acabar con la raza humana. Me da una risa”, dice.
Asimismo, se la juega por la satisfacción de los pequeños logros y por eso se le mide a usar esencias y trae medicinas de otros países para aliviar las dolencias de sus pacientes.

Germán confiesa otra debilidad: su familia. Tiene tres hijos, a los que les habla con firmeza cuando del futuro se trata, pero a los que trata con un amor que se le siente en cada palabra. “Mi mamá decía: que los critiquen por feos, pero nunca por hacerle daño a nadie”, cuenta.

Sus hijos le han aprendido a servir tanto que a Miguel Andrés, el menor, le laurearon una tesis como diseñador industrial por inventar unas máquinas especiales para que los niños quemados se ejerciten.
Y la lucha sigue. Germán ya se pensionó. Según él, una mañana se levantó, se bañó, se vistió y volvió a trabajar. Según una colega, lo llamaron porque nadie podía hacer lo que él hacía.

Faltan tantas cosas que contar. Dice que su héroe es Antanas Mockus porque tuvo el valor de prohibir la pólvora; que su gran tristeza es que en Medellín se sigan quemando tantos niños en diciembre; que el problema es que sigue habiendo grandes fabricantes de pólvora, y que qué tristeza que tanta gente tenga que arriesgar su vida por un negocio que les puede costar la vida a ellos y a los demás.

Fuente: Los médicos lloran a los niños quemados
CAROL MALAVER
Redactora de EL TIEMPO
Escríbanos a carmal@eltiempo.com

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